miércoles, 25 de febrero de 2009


"Tendremos un Gobierno Mundial nos guste o no. La única pregunta es si el Gobierno Mundial será llevado a cabo por conquista o por consenso."
- Paul Warburg


Quizá hayan oído hablar de los Illuminati, el Bilderberg club, masones, Bohemian Club, el Amero, el Mondex, el Zeitgeist, el Establishment, los Rockefeller, eugenismo, 1984, El Gran Hermano, Opus Dei. Todos pertenecen a la moderna teoría conspirativa más fuerte y documentada que se haya alguna vez conjeturado: El nuevo Orden Mundial. Sin embargo el tema del presente escrito no es hablar sobre sociedades secretas o algún otro tipo de presunciones fascinantes –ya hay demasiado de eso en internet-, sino tratar sobre hechos que están iluminados por el sol, a la vista de todos, y que sin embargo no dejan de ser tan escalofriantes como las conspiraciones mismas. No puedo decir quién (o quienes) están detrás de todo esto, no puedo siquiera predecir cuáles son sus objetivos (eso se lo dejo a los Best-Sellers), lo cierto es que la influencia del Nuevo Orden Mundial está cada vez más presente en la cultura, y por cierto, esta influencia está lejos de ser benigna.



La idea de que el mundo tiene amos no es una idea nueva; en la posguerra se sabía que había dos grandes bloques que gobernaban el mundo; estos bloques alienaban al resto de países en una de las dos facciones, y luchaban a través de estos estados. Por supuesto hablamos de la Guerra Fría, entonces no era difícil que se debía pensar: estabas con ellos o contra ellos. Para la mayoría de Norteamericanos el mal mismo se encarnaba en aquellos rojizos diablos con bigote que siempre estaban al acecho, esto daba la idea de que EEUU no podía mostrase en ningún punto vulnerable, débil o desunida. Gracias a esto se justificó un sinnúmero de verdaderos crímenes como la Guerra de Vietnam, el bloqueo de Cuba, el macartismo o la Dictadura de Pinochet (pequeños precios para garantizar la libertad y la democracia). Sin embargo la situación en el otro lado del Pacífico era la misma, esto se degeneró un clima de tensión desgastante que finalizó en la caída del muro de Berlín y a su vez lo que sínicamente se autodenominó ‘Mundo Libre’.

Lo cierto es que el mundo está bastante lejos de ser libre. Tradicionalmente se ha dicho que es EEUU el gran vencedor, sin embargo la verdad es que nunca se estuvo más lejos de la verdad, el gran perdedor es la humanidad; el régimen imperante no es la visión de lo que se suponía sería el mundo según un patriótico estadounidense de entonces, aún para el texano más republicano. Es que ya no se trata de si eres de izquierda o derecha, o de cuáles son tus ideales, esperanzas y valores; simplemente cualquier aspecto humano se convierte en un problema menor ante la ley imperante: La máxima ganancia.

Y esta máxima ganancia no debe confundirse con eficiencia o productividad, hablamos de que debe ser sacrificado cualquier otro aspecto que se oponga, ya sea la dignidad humana, la conciencia natural, la moral o incluso la ley.
¿Por qué pues nadie hace nada para detener esta agenda? Bien, hablamos de una pequeña élite, una cúpula que está integrada por plutócratas dueños de los grandes grupos financieros, de los medios masivos, de influencia sobre políticos de los países centrales y de organizaciones como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio e incluso la ONU. Hablamos de un inmenso organismo transnacional por encima de cualquier estado nacional, con un inmenso poder político, militar, financiero, publicitario y mediático, no tienen ningún escrúpulo o tabú y no creen en nada fuera de sus enormes egos.

A pesar de el inmenso poder que tienen sobre la tierra no es común que hagan uso de la violencia –al menos en su forma más arcaica-, la consolidación de su plan reside en la doblegación de la voluntad de los ciudadanos de la tierra a través de dos poderosas armas de seducción: el terror y el consumo.
Gracias al 9/11 y otros actos de terrorismo algunos gobiernos consiguieron que civiles cedieran a los gobiernos libertades individuales y derechos constitucionales, a cambio de seguridad, todo este trabajo realizado por medios escandalosos; por otro lado la publicidad ha creado necesidades nuevas, ahora el hombre se siente incompleto o marginado si no consume. Cada vez más personas integran a su autoimagen e identidad marcas registradas por compañías: Las almas se han convertido en subproductos residuales del acto de consumir. Si algo ha logrado estos genios elitistas malvados es cambiar el comportamiento de los humanos a tal punto que las personas ya no interactúan con otras, lo hacen sólo a través del sistema.

La globalización es un término muy bello para algo tan ruin, a lo sumo es neo imperialismo. Sus efectos son devastadores: reducción de la calidad de vida y derechos de los trabajadores, la expansión de empresas multinacionales, la homogenización de la cultura, el asentamiento de grandes monopolios. Si algo es libre no es el comercio, ni el trabajador: es el capital. No es cierto que se compita en iguales condiciones, no hay ningún concepto de justicia: la pobreza, al miseria, el hambre es ahora una consecuencia (aceptable) de la ineficiencia, cuan criminal se ha convertido el sistema y con él toda la raza humana.

El hombre se ha reducido a un número, ahora es algo más que un objeto útil (siempre que esté codificado y monitoreado). No sólo el trabajo es mercancía sino las vidas mismas se han transmutado en bienes canjeables. Estamos siendo testigos de la mecanización del humano -el motor del martillo- de la completa deshumanización del individuo, señores: presenciamos la exclusión del hombre como el objeto de la historia.


Ante este panorama sombrío y desalentador qué se puede hacer. Como iglesia hemos visto inquietantes parecidos con las revelaciones apocalípticas, hemos integrado todo el fenómeno a la venida del anticristo, la marca de la bestia y los cuatro jinetes. Ciertamente debo aceptar que este tiempo es un buen c
andidato para el Apocalipsis, aunque debo recordar que en toda la historia de la cristiandad el mundo siempre se está acabando (Roma, La edad media, el milenarismo), recordemos que sólo Uno sabe. La solución no está en colgarnos un cartel y con una campana anunciar el fin del mundo: “Arrepiéntanse para que no ardan”, causar miedo es la misma arma del enemigo.

Propongo en cambio una revolución interior: mostrar el amor de Jesús en una sociedad donde se supone que no se debe, tener misericordia de nuestros prójimos, alabar el nombre de Dios y no ir tras el din
ero como prioridad, romper con la esclavitud del consumo y la avaricia, practicar un evangelio cotidiano y sincero. Las enseñanzas de Jesús siguen siendo validas hoy como lo fueron siempre, no nos dejemos engañar por los tiempos. Ese Leviatán multiforme no es poderoso ante las conciencias libres.



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