martes, 7 de diciembre de 2010

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Victima del insomnio, estuve viendo una entrevista a una conocida académica feminista, con motivo de la publicación de su libro acerca del aborto y de cómo ella se practicó uno en su juventud. Pero más allá de la farándula intelectual (uno de los nuevos productos de nuestra televisión), el asunto que me llamó la atención fue el vaticinio de la profesora Thomas en el cual se augura la inminente despenalización del aborto en Colombia en un periodo bastante corto de tiempo, como una reivindicación del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y el derecho de los niños a nacer siendo planeados, esperados y proyectados en el futuro, lo que entre otras nos aseguraría que en virtud de esa proyección, no haya gente forzada a robar en la calle y un sinnúmero de alivios para nuestra sociedad, eso argüía la profesora y seguramente muchos de sus entusiastas.

La legalización del aborto es inminente y con esto estoy totalmente de acuerdo, muy pronto dejarán de existir centros clandestinos de aborto y los médicos que no objeten conciencia podrán practicar estas interrupciones de embarazo voluntariamente y en ambientes adecuados con condiciones de salubridad y garantías para la ex-madre, evitando de esta manera algunas de las 130 muertes maternas por cada 100.000 nacidos vivos de las que hablan las estadísticas. La inminencia de este hecho debe hacernos pensar en la manera como creyentes podemos presentar contrapropuestas en pro del respeto por la vida (así sea una “vida en proyección”, como asegura la profesora, en el momento de ser un embrión).
No sirve de nada en absoluto que nos indignemos ante el aborto, ni que nos rasguemos las vestiduras, ni siquiera que lloremos por todos los fetos licuados ni los embriones destruidos, no sirve que solamente oremos y cantemos, ni siquiera marchando hacia la plaza pública, no sirve de nada que insultemos y llamemos asesinos de niños a aquellos que están de acuerdo con esta práctica y los que finalmente son quienes toman la decisión porque nuestra ausencia en los círculos de poder y de legislación nos saca del panorama, en fin, nada de lo que hemos hecho o planeemos hacer servirá de nada ni evitará de repente que interrumpan los 300.000 abortos que se practican en un país como el mío. Pretender que haciendo lo de siempre obtengamos diferentes resultados seria como patear al sabio profesor Einstein en la entrepierna.
Entonces, ¿estamos condenados a aceptar el aborto y apoyarlo?, de ninguna manera, sin embargo la manera de asumir nuestra responsabilidad frente al hecho de que el aborto se convierta en una cirugía ambulatoria a la par con una sacada de apéndice, debe enfocarse en un estado superior del simple hecho de de protestar, debemos asumirlo como un compromiso con la vida, que debe prevalecer por encima de la moral que pretende “sanear” la sociedad permitiendo el aborto, porque no nos digamos mentiras ¿Cuántos abortos evita una marcha?, ¿cuántos abortos evitamos solo lamentándonos y quizás orando por esto? (sin desconocer el poder de la oración), seguramente muchos menos de los que podríamos evitar dejando la mojigatería y hablando de la sexualidad a nuestros jóvenes en la iglesia, apoyando las diferentes obras sociales que protegen a las madres en estado de abandono y generan conciencia entre las que teniéndolo todo, por la presión social o simplemente la inminente negación de los compromisos, deciden interrumpir su embarazo. Es en ese escenario donde los creyentes debemos movernos, en el de cada mujer, de cada adolescente y cada niña, es llevando el amor de Dios a cada puerta, poniendo no solo nuestras lágrimas sino nuestros recursos a disposición de estas vidas que se interrumpen, incentivando la adopción de niños, para abrir más opciones a las madres que definitivamente no pueden mantener a sus hijos. Si nos involucramos desea manera, que legalicen el aborto no debe ser una cuestión por la que debamos preocuparnos, finalmente legal o no, el aborto es una realidad y de esa manera debemos enfrentarlo, no como un fantasma clandestino, sino como una bestia que trata de engullirse vidas todos los días.


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