jueves, 16 de diciembre de 2010

Acción política no violenta, ensayo de Juan David Otálora.




Revista Antítesis como espacio propositivo, quiere rescatar de los laberintos de la academia el siguiente ensayo, con una tesis bastante interesante, sin mas preámbulos, el texto:

Sin duda alguna, la configuración del escenario político actual, está dominado por las tesis del neoliberalismo económico, lo que ha ocasionado que los individuos racionales –tal y como son descritos por Buchanan y Tullock– exacerben la relación de costo beneficio, apoderándose de todas las dimensiones de sus vidas. En un mundo gobernado por los cálculos económicos, por las variables de utilidad y por las funciones del mercado, las relaciones sociales, como ese mecanismo para encontrarse con el otro, han sido relegadas a un segundo plano. El hombre, en su afán de progreso individual ha subvalorado el papel de la comunidad, como factor fundamental en la construcción de vínculos identitarios.


En esa misma línea, los Estados modernos, han sido levantados en medio de relaciones de dominación, alejándose de concepciones dialógicas y deliberativas como fueran propuestas por Rousseau y Habermas. Es por ello, que las relaciones de poder han estado influenciadas por el temor, y han llevado a los individuos a desconfiar de todo. En este escenario aparece la violencia, y en un sentido más concreto la guerra, como un artefacto social que pretende justificar a través de la fuerza, algo que no se tiene la valentía de expresar con argumentos. Por consiguiente, la tesis central del presente documento será mostrar a la guerra como algo absurdo en sí mismo. En este sentido, se propondrá una reflexión en torno a la capacidad que tiene la acción política no violenta, como estrategia para combatir un sistema determinado. Para este propósito, usaremos la figura de Jesús de Nazaret , como el ejemplo más preciso para llevar a cabo acciones no violentas.

En un sentido amplio, el pacifismo puede considerarse como una serie de pensamientos, doctrinas y movimientos, encaminados a preservar la paz, en cualquier circunstancia, por encima de la guerra y otros modos de dominación. El pacifismo dentro de su teoría ha contemplado un lenguaje simbólico, usado como un mecanismo de defensa ante los ataques violentos, pues se considera que si se responde la fuerza con la fuerza, el resultado es un círculo vicioso del que difícilmente se saldrá. No obstante lo anterior, el pacifismo puede recibir críticas en dos sentidos que se complementan. Por una parte, la acción, constituye la raíz de un cambio que se pretende buscar, es la esencia misma que dinamiza la movilización y el cambio. En este sentido, el pacifismo ha dejado de lado –en muchas ocasiones– la acción política o social, y se ha conformado con denunciar puerilmente a la guerra, lo que nos haría pensar que esta serie de doctrinas no buscan un cambio en la contextura social, en otras palabras, su acción se reduce a un simbolismo, muchas veces innecesario. El segundo elemento que encontramos carente en el pacifismo, es la organización. Si bien es cierto que en varias ocasiones se han realizado una serie de manifestaciones públicas en contra de algunas formas de violencia, el pacifismo no tiene una estructura formal, para tomar partido en una situación específica. De este modo, si no hay organización, no hay acción, y sin acción no hay cambio.

Ahora bien, es en este punto donde debemos introducir la figura de Jesús de Nazaret, como uno de los modelos más completos en lo que se refiere a la acción política no violenta. Veíamos anteriormente que, el pacifismo se queda corto para combatir la violencia. En este sentido, Jesús viene a este mundo a predicar un mensaje revolucionario, que consistía precisamente, en basar todas las acciones en el amor. Quizás el consumismo haya hecho mucho daño, en cuanto a la concepción del amor, y lo haya convertido en un elemento limitado y minimalista. Pero en Jesús, aparece como la fuente primaria de su doctrina de comprensión, de tolerancia y de respeto por los otros. Es una concepción que se aleja del pacifismo, pues no se trata de fijar un estado de quietud, sino que es necesario actuar y tomar partido, en aras del entendimiento mutuo y con ello vencer el yugo de la violencia.

El amor, constituye en Jesús la fuente primaria para relacionarse con el otro y combatir de forma directa un orden injusto. Una de las proposiciones más interesantes –dirán unos– o disparatadas –asegurarán otros–, fue la consignada en el evangelio de Lucas capítulo 6, versículos 27 y 28: “Pero a vosotros los que me oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian”. Es sin duda, uno de los pasajes más sugestivos presentes en el pensamiento de Jesús de Nazaret, nos invita de una forma directa, a tomar parte de la acción no violenta, y ésta precisamente comienza cuando veo en el otro, un individuo igual a mí, al que le corresponden deseos y preocupaciones. Amar a los enemigos, es quizás una de las propuestas más revolucionarias, en el sentido que, permitirá tomar un camino alterno a la violencia; pues como es sabido, el odio es el germen de la violencia. Para observarlo con más detenimiento, tomaremos tres casos: el racismo, el nacionalismo y parte de la teoría marxista.

En primera instancia, tenemos al racismo como una fuente de descalificación del otro, porque no tiene unos patrones genéticos similares, o porque su constitución física es distinta. En segunda medida, encontramos al nacionalismo como fuente de exaltación de unos valores, tradiciones, costumbres e historias que son comunes en una colectividad, usados en detrimento de otras comunidades que comparten los mismos elementos, pero que se consideran inferiores por razones políticas, históricas, pero en la mayor parte de los casos abstractas. En dos formas aparentemente diferentes, existe un factor común que relaciona a ambas concepciones, y es precisamente el odio, como un mecanismo de defensa frente a ese “otro” que se considera diferente. No hay que ir lejos, ni realizar grandes estudios empíricos, para comprobar que el odio es la primera fuente de violencia, o por lo menos su origen remoto. En este sentido, la propuesta de amor de Jesús, es una muestra de acción contra el odio, pero en una dimensión amplia, que abarca no sólo la comprensión, sino además la aceptación.

Por otra parte, hallamos que la teoría marxista constituyó para la historia universal, uno de los grandes cambios, que sin duda transformaron el pensamiento de una época deslumbrada por el capitalismo, haciendo que se cuestionaran los postulados principales de una teoría deshumanizada, que había ocasionado grandes cambios a la par que, grandes injusticias. Las denuncias impulsadas por Marx, tienen gran sentido si se es consciente del daño que el capitalismo ha ocasionado en más de cinco siglos de historia. Empero, las reivindicaciones marxistas, en las que se busca la transformación social, por medio de la dictadura del proletariado, y de una consiguiente toma violenta del poder, es bajo la concepción manejada, responder la violencia con violencia. El odio a la burguesía, como clase social dominante y explotadora, constituye uno de los pilares básicos de esta teoría, pero descalifica el reto que significa amar a los otros, y con ello implementar una estrategia de acción no violenta.

Ahora bien, la política del amor en sentido griego vista en dos dimensiones: en primera medida como el “encuentro de lo humano por lo humano”, y en segunda instancia, vista como el entendimiento, podría fijarse como un complemento idóneo en la definición de amor propuesta por Jesús, ya que es sólo con el entendimiento de la diferencia y el amor a los demás, lo que permitirá tener un encuentro basado en la comprensión. De este modo, todo lo que se ha mencionado hasta este punto, podría conectarse con la tesis de ver en la guerra algo absurdo en sí mismo. Sin duda alguna, la construcción de los Estados modernos y los grandes cambios de la historia, tales como el triunfo del socialismo en Rusia, se han conseguido por medio de la violencia, del terror y la sangre; lo que equivocadamente ha hecho pensar que la guerra es la continuación de la política por otros medios, como lo propusiera Clausewictz. En este escenario, la guerra se ha convertido no sólo en algo legítimo, sino también justificable y necesario.

La violencia, es la muestra más clara del temor humano, en ella se recogen todos los miedos de la humanidad, como el miedo de no ser escuchado, de no ser tomado en cuenta o incluido dentro de un proceso que genere consensos. Es un miedo latente a la muerte al estilo de Hobbes, en su estado de naturaleza. La guerra, en este sentido, es la muestra fehaciente de la debilidad, es la coraza que miles de hombres a través de la madeja de la historia han usado para ocultar sus más profundos temores. En este punto, es necesario reflexionar acerca de lo que la guerra ha dejado, y a parte de lo que mencionábamos hace un momento –del Estado moderno y las construcciones humanas– la guerra nos ha entregado en las manos de la incomprensión y la desidia. Pero quizás lo más preocupante de todo, es que algunas guerras son “buenas” y se legitiman por muchas razones, y es interesante observar cómo esas personas que justifican un conflicto armado, se horrorizan con las dos guerras mundiales, por ello, aquel que justifica una guerra, pero otra no, maneja una doble moralidad, que es en últimas un constructo social que ejerce la dominación. Por tanto, la guerra es absurda, en la medida que justifica un orden y un sistema, sin tomar en cuenta un proceso dialógico o comunicativo.

Jesús, es la muestra clara que con acción política no violenta, se puede transformar el mundo. Él con la acogida que tuvo entre las anchas capas de la población, hubiese podido organizar un movimiento subversivo, que se rebelara contra el imperio romano, sin embargo, su conducta se desligó de la violencia como el medio para alcanzar sus fines, que en últimas era transmitir sus enseñanzas. Una reflexión final que podemos plantear a manera de reto, es la comprensión de nuestra naturaleza humana, la superación de diferencias violentas que jerarquicen a los seres humanos; pues lejos de asegurar que somos iguales, es precisamente la diversidad lo que nos permite complementarnos en la sociedad. Tal como lo planteaba el Che Guevara, hace un par de décadas: “si fuéramos capaces de unirnos, que bello y cercano seria el futuro”. Finalmente, Jesús de Nazaret, es un ejemplo único, de tomar a la acción política no violenta no como una estrategia de combate, sino más bien como un estilo de vida.

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